viernes, 11 de octubre de 2013

Discurso de Stephen Hawking

ACTITUDES DEL PÚBLICO HACIA LA CIENCIA
Stephen Hawking

Tomado del libro Agujeros Negros y Pequeños Universos
Discurso pronunciado en Oviedo al recibir en octubre de 1989 el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

Nos guste o no, el mundo en que vivimos ha cambia­do mucho en los últimos cien años y es probable que cambie aún más en el próximo siglo. Algunos preferirían detener tales cambios y retornar a la que consideran una edad más pura y simple. Pero, como muestra la historia, el pasado no fue tan maravilloso. No resultaba tan malo para una minoría privilegiada, aunque no dispusiera de la medicina moderna y el parto constituyese un serio pe­ligro para todas las mujeres; para la mayoría de la pobla­ción la vida era desagradable, brutal y breve.

En cualquier caso, y aunque uno lo desee, no es posible hacer retroceder el reloj a un tiempo anterior. No se pue­den olvidar los conocimientos y las técnicas adquiridos, ni impedir los ulteriores progresos. Aunque se suspendiera toda la financiación oficial de las investigaciones (y el go­bierno actual hace al respecto cuanto puede), la fuerza de la competición determinaría todavía progresos tecnológi­cos. Tampoco es posible impedir que mentes indagadoras reflexionen sobre la ciencia básica, tanto si se les paga co­mo si no. El único medio de evitar avances ulteriores sería un estado mundial totalitario que suprimiese todas las in­vestigaciones, pero la iniciativa y el ingenio humano son tales que ni siquiera así se lograría. Lo más que se conse­guiría sería reducir el ritmo del cambio.

Si aceptamos la imposibilidad de evitar que la ciencia y la tecnología transformen nuestro mundo, debemos tratar de asegurarnos que los cambios se operen en la dirección correcta. En una sociedad democrática esto significa que el público ha de tener un entendimiento básico de la cien­cia para poder tomar decisiones informadas y no dejarlas en manos de los expertos. Actualmente, el público revela ante la ciencia una actitud más bien ambivalente. Confía en que los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos signifiquen un incremento constante del nivel de vida, pero también recela de la ciencia porque no la comprende. La desconfianza resulta evidente en la imagen caricaturi­zada del científico loco que trabaja en su laboratorio para crear un Frankestein. Constituye también un importante elemento de respaldo para los partidos ecologistas. Posee un gran interés por la ciencia, especialmente por la astro­nomía, como revelan las grandes audiencias de ciertas se­ries de televisión como Cosmos y por la ciencia ficción.

¿Qué se puede hacer para encauzar este interés y pro­porcionar al público la base científica precisa a la hora de tomar decisiones sobre asuntos como la lluvia ácida, el efecto invernadero, las armas nucleares o la ingeniería genética? Está claro que la base radica en lo que se enseña en las escuelas, pero a menudo se presenta a la ciencia de un modo indigesto y carente de atractivo. Los niños aprenden de memoria una serie de conocimientos con el fin de apro­bar los exámenes y no advierten su relevancia en el mundo que los rodea. Por añadidura, la ciencia se enseña en tér­minos de ecuaciones. Aunque constituyan un medio conci­so y preciso de describir ideas matemáticas, las ecuaciones asustan a la mayoría. Cuando recientemente escribí un li­bro de divulgación se me advirtió que cada ecuación que contuviera reduciría las ventas a la mitad. Incluí una ecua­ción, la famosa de Einstein E=mc. Tal vez habría vendido el doble número de ejemplares si no la hubiese utilizado.

Científicos e ingenieros tienden a expresar sus ideas en forma de ecuaciones porque necesitan conocer el valor preciso de las cantidades, mas, para el resto de nosotros, basta con captar cualitativamente los conceptos científicos y hasta ahí se puede llegar por medio de palabras y dibu­jos, sin el empleo de ecuaciones.

La ciencia que los individuos adquieren en la escuela puede proporciona el marco básico, pero el ritmo del progreso científico es tan rápido que siempre surgen nue­vos descubrimientos después de dejar la escuela o la uni­versidad. Jamás aprendí en la escuela nada acerca de la biología molecular o de los transistores y, sin embargo, la ingeniería genética y las computadoras son dos de las innovaciones que probablemente cambiarán más nuestro modo de vida futura. Volúmenes y artículos de divulgación pueden contribuir a familiarizarnos con los nuevos descu­brimientos, pero hasta el libro de mayor éxito sólo es leído por un pequeño porcentaje de la población. Únicamente la televisión puede llegar a una auténtica audiencia de masas. Hay en televisión algunos buenos programas sobre ciencia, otros presentan sus maravillas como cosa de magia, sin ex­plicarlas o sin mostrar cómo encajan en el marco de las ideas científicas. Los productores de los programa5 cientí­ficos de televisión deben comprender que les incumbe la responsabilidad de instruir al público y no simplemente de distraerlo.

¿Cuáles son las cuestiones relacionadas con la ciencia sobre las que el público habrá de decidir en un futuro próximo? Con mucho, la más acuciante es la de las armas nu­cleares. Otros problemas globales, como la producción de alimentos o el efecto invernadero, son de efectos relativa­mente lentos, pero una guerra nuclear significa el final de toda la vida humana sobre la Tierra. La relajación de las tensiones entre el Este y el Oeste, determinada por el final de la guerra fría, ha significado en la conciencia del públi­co la disminución del miedo a la guerra nuclear, pero sub­sistirá el peligro mientras haya armas suficientes para exterminar muchas veces a toda la población del planeta. En los antiguos Estados soviéticos y en los Estados Unidos existen armas nucleares dispuestas a caer sobre todas las ciudades del hemisferio septentrional. Bastaría el error de una computadora o la sedición de algunos de los que ma­nejan las armas para desencadenar una guerra global. Aún más inquietante es el hecho de que estén adquiriendo ar­mas nucleares potencias relativamente pequeñas. Las grandes naciones se han comportado de modo razonable, pero no es posible confiar en que las imiten pequeñas po­tencias como Libia, Iraq, Paquistán e incluso Azerbaiyán. El peligro no estriba tanto en las armas nucleares que tales naciones puedan poseer pronto (aun siendo bastante rudi­mentarias son capaces de matar a millones de personas), cuanto en el riesgo de que una posible confrontación nuclear entre dos pequeños países arrastre a la contienda a las grandes potencias con sus enormes arsenales.

Es muy importante que el público advierta el peligro y la lista que acucie a todos los gobiernos a que accedan a reducir su armamento. Probablemente no será práctico eliminar las armas nucleares, pero cabe aminorar el riesgo disminuyendo su número.

Aunque consigamos evitar una guerra nuclear, todavía existen otros peligros. Según un chiste macabro, la razón de que no hayamos establecido contacto con ninguna cultura alienígena es que las otras civilizaciones tienden destruirse cuando alcanzan nuestro nivel. Pero yo tengo fe suficiente en el buen sentido de las personas para creer que somos capaces de demostrar que eso no es cierto.

2 comentarios:

ANDREA dijo...

Yo considero que si no tomamos una medida rápida para tratar este tipo de problema como lo es el efecto invernadero, mas adelante se convertira en un problema mayor del que lo es ahora.
Todos estamos en condiciones para ayudar, ahorrando energía, cuidando de nuestro medio ambiente y muchas cosas mas.
El discurso es excelente.

DE: Andrea alzate de 10*B.

Unknown dijo...

uf q estilo eso, pero mm no hay más .....r